viernes, 20 de junio de 2025

Lauretta Bender: la psiquiatra que aplicó electroshock y LSD en niños “por ciencia”

En los pasillos de los grandes hospitales de Nueva York, entre batas blancas y reconocimientos académicos, una figura destacaba como pionera de la psiquiatría infantil. Su nombre: Lauretta Bender. Su legado: una historia que hoy divide a la ciencia entre el progreso… y el horror.

Lo que vas a leer no es ficción. No es una serie de televisión sobre médicos sin escrúpulos. Es historia real. Una historia que durante décadas permaneció oculta entre archivos confidenciales, documentos quemados y diagnósticos fríos. Pero las voces que fueron silenciadas, hoy merecen ser escuchadas.

La doctora del silencio, cuando la ciencia olvidó a los niños

¿Quién fue Lauretta Bender?

Lauretta Bender nació en 1897 y fue una de las primeras psiquiatras infantiles en Estados Unidos. Judía, formada en universidades prestigiosas, comenzó a destacar por su trabajo con niños diagnosticados con lo que en ese entonces se conocía como “esquizofrenia infantil”.

En 1934 fue nombrada jefa de Psiquiatría Infantil del Hospital Bellevue, uno de los más reconocidos del país. Su método estrella fue el Test Gestáltico Visomotor de Bender, usado durante años para evaluar funciones cognitivas y motoras. Pero más allá de sus aportes teóricos, su trabajo práctico fue mucho más oscuro… y devastador.

Niños invisibles: el blanco perfecto para experimentar

Muchos de los pacientes de Bender no llegaban a sus consultas por elección. Eran menores abandonados, institucionalizados o diagnosticados con trastornos por autoridades escolares y sociales. No tenían defensores, ni familiares que cuestionaran las terapias.

Bajo su criterio, muchos niños fueron diagnosticados con esquizofrenia infantil, incluso cuando simplemente sufrían depresión, ansiedad o trauma por abandono. El diagnóstico era la puerta de entrada a tratamientos “innovadores” que, hoy, la medicina considera inaceptables.

Terapias o tortura: el lado más oscuro de la psiquiatría

Bajo el manto del progreso médico, Bender aplicó lo que en los años 30 y 40 se llamaban terapias somáticas avanzadas. Hoy, la palabra más justa sería: tortura.

1. Coma insulínico

Aplicaba grandes dosis de insulina a niños pequeños, provocándoles un coma profundo. En algunos casos, estas sesiones duraban semanas, incluso hasta dos años de manera intermitente. El cuerpo sufría temblores, vómitos, convulsiones, pérdida de conciencia. La tasa de mortalidad oscilaba entre el 3% y el 5%.

2. Metrazol: el fármaco del terror

Cuando la insulina no “funcionaba”, Bender recurría al Metrazol, una droga que provocaba convulsiones brutales. Los niños, amarrados, sufrían espasmos mientras los médicos registraban sus reacciones. El objetivo era “reiniciar” el cerebro. La realidad: trauma físico y psicológico irreparable.

3. Electroshock infantil

Entre 1942 y 1969, más de 500 niños fueron sometidos a electroshock en Bellevue y Creedmoor. La descarga eléctrica era aplicada directamente en sus cerebros, sin anestesia en muchos casos. Algunos eran tan pequeños que apenas entendían lo que ocurría.

4. LSD en menores

En otra serie de experimentos, Bender administró ácido lisérgico (LSD) a niños con autismo durante semanas. ¿La conclusión del estudio? “El LSD aumenta la ansiedad en pacientes”. Como si fueran simples objetos de laboratorio, no seres humanos con derechos.

Una era sin alma: Bender y los experimentos encubiertos

Lauretta Bender no actuó sola. Era parte de una corriente de psiquiatría experimental sin límites éticos. Muchos de sus colegas colaboraban, directa o indirectamente, con la CIA en proyectos como MK-Ultra o Proyecto Artichoke, donde se probaban drogas psicoactivas, técnicas de control mental y lavado de cerebro. Todo en nombre de la ciencia.

Miles de páginas con evidencias fueron destruidas en 1973. Pero las víctimas aún recuerdan. Y los registros médicos que sobrevivieron confirman las prácticas.

¿Justicia? Nunca llegó

Aunque varias investigaciones posteriores criticaron duramente los métodos de Bender, nunca enfrentó un juicio. Murió en 1987, reconocida como figura destacada en psiquiatría, con homenajes y publicaciones en su honor. Ningún tribunal cuestionó el daño causado. Ningún niño fue reconocido como víctima.

El legado de un error irreparable

Hoy, los tratamientos que usó Bender están prohibidos o regulados bajo protocolos estrictos. La medicina ha avanzado, sí. Pero también aprendió —a la fuerza— que sin ética, todo conocimiento puede volverse una amenaza.

La historia de Lauretta Bender no es solo la de una psiquiatra con exceso de poder. Es un recordatorio brutal de lo que sucede cuando la ciencia olvida a quién debe servir.

Porque las peores cicatrices no siempre las deja una enfermedad. A veces, las deja la medicina… cuando se vuelve ciega ante el sufrimiento de los más vulnerables.

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