¿Sabías que en el siglo XVIII dar a luz era casi como jugarse la vida? Muchas mujeres entraban en trabajo de parto sin saber si saldrían con vida. Pero una mujer se propuso cambiar esa tragedia que parecía inevitable. Su nombre era Angélique Marguerite Le Boursier du Coudray, y lo que hizo por la obstetricia en Francia salvó miles de vidas... aunque hoy pocos recuerdan su nombre.
El riesgo de nacer (y dar a luz) en el siglo XVIII
A principios del siglo XVIII, el parto era un proceso peligroso. No existía una formación médica formal para las parteras, y en muchas aldeas rurales, los partos eran asistidos por mujeres sin conocimientos científicos ni entrenamiento práctico. Las infecciones, los desgarros mal tratados y las hemorragias eran causas frecuentes de muerte.
La medicina estaba aún dominada por hombres, y muchas veces las mujeres quedaban al margen del saber. Pero también había mujeres valientes, decididas a cambiar esa realidad. Y Angélique fue una de ellas.
Una mujer que rompió moldes
Angélique du Coudray nació en 1712, en una época en la que pocas mujeres tenían acceso a la educación, mucho menos a estudios médicos. Sin embargo, logró formarse como partera y, pronto, se convirtió en una de las más reconocidas de su época. Pero ella quería más. No se conformaba con asistir partos: quería formar a otras mujeres, multiplicar el conocimiento, y hacer que el parto dejara de ser un evento temido.
El apoyo del rey… y una misión nacional
En 1759, el rey Luis XV, alarmado por la elevada tasa de mortalidad materna e infantil en el campo, tomó una decisión inesperada: otorgó a du Coudray permiso oficial para recorrer toda Francia enseñando obstetricia. Así comenzó una campaña sin precedentes: una mujer educando en ciencia médica a otras mujeres en pleno siglo XVIII, con el respaldo de la monarquía.
Durante más de 25 años, Angélique viajó de pueblo en pueblo, ciudad por ciudad, enseñando a parteras, comadronas y también a cirujanos rurales. Lo hacía con pasión, claridad y algo que cambiaría para siempre la forma de enseñar medicina.
El maniquí que cambió el parto para siempre
Para enseñar bien, hace falta practicar. Pero en la Francia rural del siglo XVIII no había simuladores, ni maniquíes modernos. Así que Angélique creó uno con sus propias manos.
Diseñó un maniquí de parto hecho de cuero, tela y algodón que reproducía el cuerpo de una mujer embarazada. Esta “muñeca obstétrica” permitía practicar todas las etapas del parto de forma segura y didáctica. Podía simular complicaciones, posiciones fetales y hasta partos múltiples. Fue un avance revolucionario para su época, y uno de los primeros simuladores médicos documentados en la historia.
Un legado que se multiplicó
Gracias a su método, miles de mujeres fueron formadas en técnicas de parto seguras, higiénicas y basadas en observación anatómica realista. Muchas de esas alumnas se convirtieron en referentes en sus comunidades, y los resultados fueron inmediatos: en muchas regiones, la mortalidad materna comenzó a bajar.
En 1773, Angélique publicó el “Abrégé de l’Art des Accouchements” (Compendio del Arte del Parto), un manual completo y accesible que acompañaba su enseñanza y que fue utilizado durante décadas.
¿Por qué casi nadie la recuerda?
A pesar de sus logros, su nombre no aparece en los libros de historia al lado de grandes figuras masculinas de la medicina. Fue una pionera, sí, pero mujer. Y eso, en su época, era suficiente para ser relegada.
Hoy, su trabajo es reconocido por historiadores de la medicina y por quienes estudian los orígenes de la enseñanza médica moderna. Su enfoque práctico, su capacidad para innovar, y su valentía para enseñar en una sociedad que se lo prohibía, la convierten en una figura clave en la evolución de la obstetricia.
Una lección para el presente
La historia de Angélique du Coudray no es solo una curiosidad médica. Es una inspiración. Nos recuerda que muchas veces, los grandes avances no vienen de laboratorios ni universidades, sino de personas decididas a compartir el conocimiento, incluso cuando todo parece en contra.
Gracias a ella, miles de mujeres pudieron dar a luz sin miedo, con manos entrenadas y corazones atentos. Y aunque su nombre fue olvidado por mucho tiempo, su legado sigue vivo cada vez que una mujer da a luz en condiciones seguras.
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