sábado, 12 de julio de 2025

Martin Couney: El Hombre que Salvó Bebés Prematuros con una Feria y una Incubadora

Al principio, todos los pioneros son tratados como locos. Sus ideas parecen absurdas, sus métodos provocan burlas, y la comunidad científica —tan orgullosa de su razón— los margina sin piedad. Pero, una y otra vez, son justamente ellos quienes cambian la historia. Y en medicina, a veces lo hacen con lo único que tienen: fe, ingenio… y un corazón dispuesto a luchar solo.

Uno de esos héroes invisibles fue Martin Couney, el hombre que desafió al sistema médico cuando este se negaba a salvar bebés prematuros. Lo hizo desde un lugar impensado: una feria en Coney Island.

El Hombre que Salvó Bebés Prematuros con una Feria y una Incubadora

Cuando la medicina abandonaba a los más débiles

A finales del siglo XIX, los bebés nacidos antes de tiempo eran considerados una causa perdida. Las unidades neonatales no existían, y la mayoría de los médicos creían que invertir recursos en ellos era un desperdicio. Si sobrevivían, bien. Si no, era “parte del ciclo natural”.

Pero en Francia, un obstetra llamado Stéphane Tarnier pensó distinto. Inspirado por las incubadoras que se usaban para polluelos en zoológicos, ideó una versión adaptada para bebés humanos. Aunque su idea era revolucionaria, fue recibida con indiferencia e incluso burla.

El tiempo pasó. Y otro médico francés, Pierre Budin, decidió llevar estas incubadoras a la Exposición Mundial de Berlín en 1896. Allí, entre miles de visitantes, alguien las vio y comprendió su verdadero potencial. Ese alguien fue Martin Couney.

Una feria, una incubadora… y una vida por salvar

Couney no era un médico reconocido. De hecho, hasta hoy se discute si llegó a tener un título oficial. Pero lo que sí tenía era algo más importante: determinación. Entendió que si los hospitales no querían invertir en salvar bebés, él encontraría la forma de hacerlo.

Y la encontró donde nadie miraba: en los parques de atracciones.

En 1903, instaló su primera clínica de incubadoras en Luna Park, en Coney Island (Nueva York). Lo que parecía un espectáculo más entre montañas rusas, algodones de azúcar y juegos mecánicos, era en realidad una unidad médica de vanguardia. Enfermeras profesionales atendían a los bebés prematuros con un nivel de cuidado que pocos hospitales ofrecían.

El público pagaba una entrada para verlos. Con ese dinero, Couney financiaba todo: el equipo, las enfermeras, los medicamentos, las mejoras técnicas… y lo más importante, la atención era totalmente gratuita para las familias.

6.500 razones para creer

Durante más de 40 años, los médicos de Nueva York y otras ciudades le enviaban casos que consideraban perdidos. Bebés demasiado pequeños, frágiles, sin esperanza. Pero Couney no los rechazaba. Y lo increíble es que, con sus incubadoras y su equipo, logró una tasa de supervivencia del 85%.

Se estima que salvó más de 6.500 vidas. Una de ellas fue Lucille Horn, nacida en 1920. Su familia la llevó al parque tras recibir un pronóstico fatal. Gracias a Couney, vivió hasta los 96 años.

Y no fue un caso aislado. Cada uno de esos bebés fue una victoria silenciosa. Mientras la comunidad médica lo ignoraba —o directamente lo despreciaba— Couney persistía. En silencio. Con resultados. Con vidas.

¿Un charlatán o un visionario?

Durante décadas, Couney fue considerado por muchos un farsante. Algunos dudaban incluso de su formación. Pero su trabajo hablaba por él. Las estadísticas, los testimonios de las familias, la evidencia visual de bebés que crecían sanos… todo eso no podía ignorarse para siempre.

Finalmente, en 1943, los hospitales comenzaron a incorporar unidades neonatales con incubadoras. Couney entendió que su misión había terminado. Cerró su clínica de feria. Ya no tenía sentido competir con un sistema que, por fin, lo había alcanzado.

Había ganado. Sin reconocimiento, sin títulos, sin diplomas colgados en la pared. Pero con miles de personas que le debían la vida.

Una historia que aún nos habla

Hoy, 1 de cada 10 bebés en Estados Unidos nace prematuro. Y gracias a avances como las incubadoras modernas, la mayoría sobrevive. Lo damos por hecho. Pero hubo un tiempo en que no era así. En que nadie apostaba por ellos.

Si hoy muchos bebés viven es porque alguien —cuando todos miraban para otro lado— se atrevió a hacer lo correcto.

Martin Couney no buscó fama. No quiso dinero. Solo vio algo que otros no veían: que incluso los más pequeños, los más frágiles, los desahuciados, merecían una oportunidad.

Y si para darles esa oportunidad tenía que disfrazar su clínica de espectáculo de feria, lo haría sin dudarlo.

0 comments:

Publicar un comentario