¿Puede un médico ser tan rápido que mate a más de una persona en una sola cirugía? Sí. Y esto no es leyenda urbana. Ocurrió de verdad.
En la medicina del siglo XIX, el tiempo no solo era oro. Era vida o muerte.
Antes del descubrimiento de la anestesia, las operaciones eran una tortura consciente. Los gritos, los temblores, el olor a carne quemada por el cauterio… y la posibilidad muy real de morir desangrado o de una infección en los días siguientes. En ese mundo brutal, un solo nombre sobresale con una mezcla de asombro y escalofrío: Robert Liston, el cirujano más rápido —y probablemente más peligroso— de su tiempo.
Un genio del bisturí… con reloj en mano
Robert Liston nació en 1794 en Escocia, y desde muy joven mostró una habilidad quirúrgica fuera de lo común. Era alto, fuerte, con manos grandes y una seguridad que rozaba la arrogancia. Pero tenía un objetivo claro: acabar con el sufrimiento del paciente lo antes posible.
En esa época, sin anestesia ni conocimientos reales de higiene, la velocidad era considerada una virtud médica. Y nadie operaba más rápido que Liston. Podía amputar una pierna en apenas 25 segundos. Algunos cronistas afirman que llegó a hacerlo en solo 15. Para lograrlo, afilaba sus cuchillos como navajas y trabajaba con una precisión brutal.
¿Una cirugía o una escena de terror?
Pero no todo era admirable en su carrera. De hecho, una de sus operaciones se volvió famosa por una razón oscura: fue la única en la historia registrada con una tasa de mortalidad del 300%.
Durante una amputación de pierna a un paciente gravemente enfermo, Liston actuó con tal rapidez que cortó accidentalmente dos dedos de su asistente, y en el mismo movimiento hirió con el bisturí a un médico observador que estaba demasiado cerca.
¿El resultado?
El paciente murió días después por una infección.
El asistente, por gangrena.
El médico observador… falleció al instante de un ataque al corazón tras ver que había sido herido y pensar que moriría.
Una sola operación. Tres muertes.
Un récord tan absurdo como trágico, que quedó en los anales de la medicina como una advertencia de los peligros del exceso de confianza... y de velocidad.
El hombre que operaba más rápido que el dolor
En defensa de Liston, hay que decir que su velocidad realmente salvó vidas en una época sin recursos. Su técnica permitía reducir el tiempo de agonía al mínimo. Y muchas de sus operaciones —a pesar del riesgo— fueron exitosas en una era donde la mayoría de los pacientes morían por infección postoperatoria.
Por ejemplo, mientras la tasa de mortalidad por amputación rondaba el 50%, Liston logró bajarla a apenas un 10% en algunos hospitales. Su obsesión por la eficacia también lo llevó a introducir mejoras como:
El uso del éter cuando recién comenzaba a probarse como anestesia.
La limpieza de instrumentos antes de operar (algo raro para su tiempo).
Una postura crítica hacia colegas que actuaban con lentitud o indecisión.
El bisturí que también cometía errores
A pesar de sus logros, no se puede ignorar que Liston también protagonizó errores quirúrgicos notorios. En una ocasión, al amputar el muslo de un paciente, terminó cortándole también un testículo, todo en el mismo tajo. Un accidente quirúrgico que hoy resultaría impensable, pero que en su época solo fue anotado con asombro y horror.
Un reflejo de su época
Liston no era un monstruo, aunque sus métodos puedan parecerlo hoy. Era, más bien, un reflejo descarnado de su tiempo. Un cirujano que entendía que cada segundo contaba, y que en lugar de detenerse por miedo, optaba por correr más rápido que el dolor... y a veces, también que el sentido común.
Murió en 1847, el mismo año en que la anestesia comenzaba a cambiar radicalmente la cirugía. Muchos creen que si hubiera vivido más, habría sido uno de los grandes cirujanos de la medicina moderna. Otros opinan que su estilo habría quedado obsoleto frente a los nuevos tiempos.
¿Héroe, loco o pionero?
Hoy, la figura de Robert Liston genera opiniones encontradas. Fue sin duda un pionero, alguien que entendió que la cirugía necesitaba valentía, pero también velocidad. Aun así, su historia es una advertencia sobre los riesgos del exceso de confianza, y sobre cómo el progreso médico muchas veces avanza a golpes… o a cortes.
Porque en la sala de operaciones de Liston, el tiempo corría más rápido que la razón. Y a veces, más rápido que la vida misma.
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